Por: Julio Mares
Preeclampsia, UCIN
Tal vez la historia de mi paternidad no es tan rara como muchas otras, pero sí comenzó de una manera muy difícil cuando Victoria nació con 32 semanas de gestación, 38 centímetros y 1 kilo 400 gramos, así prematura y más baja de peso de lo que se creería a esas alturas del embarazo.
Lo anterior se debía a la preeclamsia que su mamá presentó desde las 20 semanas de embarazo, nos dijeron los médicos que que era una etapa muy temprana y que era posible que de ser más severo se tendría que interrumpir el embarazo sin importar la semana en que se encontrará; nos dieron tratamiento, dieta y recomendaciones que se siguieron al pie de la letra, pues haríamos lo que fuera necesario para que Vicky llegara, ya que ella luchaba desde el principio, cuando su mamá tuvo dos amenazas de aborto.
Finalmente y después de tratar de aguantar lo más posible, los médicos decidieron que debía nacer porque la placenta se estaba calificando y la bebé no recibía los nutrientes necesarios además de que los riñones e hígado de su mamá ya comenzaban a presentar problemas, ella nació un viernes a las 10 de la mañana, yo no pude estar presente en su nacimiento porque era un hospital público y mi esposa tuvo una cesárea con la menor cantidad posible de anestesia para no poner en peligro a la niña.
Cuando me dijeron que debió pasar inmediatamente a la UCIN (Unidad de cuidados intensivos neonatal) me calló de golpe la realidad, no podía abrazarla, ni siquiera tocarla, su mamá no tuvo la oportunidad de cargarla inmediatamente ni de amamantarla.
Cuando por fin me dejaron verla, estaba llena de tubos, así con su cuerpesito tan pequeño y frágil, con sus párpados casi transparentes y su respiración con dificultad, eso me dolió como nada más me ha dolido en mi vida, pero ella es una guerrera y luchó todo el tiempo, de modo que a unos días de estar en la incubadora reaccionaba a mi voz y sonreía en cuanto yo entraba a la sala y la llamaba por su nombre, a los pediatras y las enfermeras les sorprendía lo reactiva que se mostraba.
Así, después de 1 mes y medio que me pareció una eternidad y con un peso bajo aún (1.800 kg) nos entregaron a nuestra hija para que siguiéramos cuidandola en casa, una vez ahí, llena de cuidados por nosotros, sus abuelos y toda la familia que vivía cerca, ella subió de peso y creció rápidamente; estuvo todo su primer año con seguimiento neurológico y terapias de estimulación para prevenir y descartar secuelas.
Al año de edad ya había alcanzado el peso y talla mínimos para su edad y su desarrollo era óptimo.
Ahora tiene ya 14 años, es una adolescente hermosa, sumamente activa e inteligente, sí ha sido enfermiza y ha tenido que llevar diversos tratamientos, pero al parecer nunca nada la detiene o desanima; cada día nos sorprende con algún logro o un proyecto nuevo.
A la distancia puedo decir que el ser papá de una niña prematura y enfermiza ha sido una dura experiencia, pero que me ayudó a descubrir mis capacidades y sobrepasar lo que creía que eran mis limitaciones, también que todo, cada desvelo, cada gasto, cada preocupación ha valido la pena tan sólo por ver su sonrisa.
A los padres que están pasando por un momento complicado con sus bebés, les digo que no decaigan y que luchen con todo junto a sus pequeños valientes, ellos los eligieron porque son justamente lo que necesitan y que todo valdrá por verlos crecer.